miércoles, 9 de marzo de 2016

DEL ANIMAL POLÍTICO AL SER HUMANO




"Agradeceré busquen siempre las cosas que les unen y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan, dijo Adolfo Suárez en agosto de 1969. Y en 1976, momento en que la sociedad española requería consenso entre los recién surgidos partidos políticos que debían redactar una Constitución, afirmó: Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado,  de concordia y conciliación”.


Ha transcurrido 40 años de aquello. El pasado día 2 de marzo sentada ante el televisor contemplaba el debate de la sesión de investidura de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. ¡Qué bochornoso espectáculo, que pésima imagen dieron nuestros políticos! Nadie escuchaba a nadie, no hubo diálogo, no existió un mínimo acuerdo. Como niños mal criados todo se redujo al “tú más” y al interminable machaconeo de pactar o no pactar: ¿Pactáis con nosotros? Vale, pero no pactéis con aquellos. ¿Y si pactamos con estos? No, ya han pactado con aquel. Yo con vosotros pactaría. Lo siento, no puede ser… En definitiva, inquina, controversia, desprecio, pugnas y el constante toma y daca de los pactos. Actitudes infantiles impropias de personas que tienen altas responsabilidades políticas, cuyo único empeño no debería ser otro que servir al bien social, al bien del país mirando al futuro, a la superación de esta crisis global –si es que se puede llamar crisis a este nuevo modelo social de subsistencia.


A nuestros políticos se les llena la boca con eso de: “los españoles quieren”, “los españoles nos piden”  Pero yo les pregunto: ¿En realidad tenéis idea de lo que queremos los españoles? ¿Prestáis siquiera un mínimo de atención en escuchar lo que la sociedad os está pidiendo? Estáis tan ofuscado los unos por alcanzar el poder y los otros por seguir aferrados a él, que se os olvida o no queréis acordaros (que va a ser eso) que la base, la raíz misma de la política no es otra que la búsqueda del bienestar social, pues vosotros estáis a nuestro servicio, no lo olvidéis. Nosotros os pagamos el sueldo.


Los resultados de vuestras reformas están a la vista: los bancos han recuperado la liquidez sobre un país desestabilizado y el paro ha disminuido gracias a un nuevo tipo de contrato basura. Si antes era todo por la patria ahora es todo por los bancos, ¡pero claro! a costa de empobrecer y endeudar a todo un país. Vivimos amparados –o más bien desamparados– por un demencial sistema financiero que se roba a sí mismo y que sólo castiga al pequeño infractor.

La proliferación de la corrupción política de nuestro país está alcanzando cotas verdaderamente escandalosas, que sin duda han puesto en jaque la reputación de la vieja clase política. En Madrid, por ejemplo, se juntan varias tramas de corrupción, también presente en Valencia que afectan al PP como son la Gürtel, los papeles de Bárcenas y la Operación Púnica. Por otro lado el caso de los ERES falsos en Andalucía (sin olvidar la operación Malaya). Las tramas de Palma Arena y Nóos, cuyos implicados más relevantes son la continua comidilla de los noticiarios: el presidente balear Jaume Matas, el exduque de Palma, Iñaki Urdangarin y la Infanta Cristina. Así como la gran corrupción de la familia Pujol-Ferrusola. Y eso sin tener en cuenta que todo lo que se ha descubierto sobre corrupción no es más que la punta del iceberg según los expertos. Este tsunami de corruptelas ha golpeado de tal manera la imagen de la clase política, que en solo unos meses se ha llegado a la total desconfianza y  desafección de los ciudadanos hacia nuestros gobernantes.
¿Qué credibilidad puede tener uno de estos políticos cuando repetidamente insta a sus ciudadanos a pagar religiosamente sus impuestos en tanto ellos mismos hacen la vista gorda ante sus amiguetes de partido? Como seres sociales que somos, dotados de raciocinio, es nuestra responsabilidad contribuir a un mundo más justo y equilibrado. El acaparamiento individual y la evasión de impuestos es propio de la mentalidad animal, que sólo vive para rivalizar, para saciar sus necesidades físicas e instintos territoriales, incapaz de profundizar hacia una percepción más amplia y constructiva de la existencia, de proyectarse a un nivel de conciencia superior donde predominan sentimientos mucho más desarrollados como la empatía, el afán de colaboración, el deseo de superación, y en definitiva, el respeto a los derechos humanos.
                                                             Maite García Romero