Intento entender los motivos, la
particularidad que existe detrás de cada circunstancia, de cada acto, suceso o
finalidad, sin enjuiciar, sin querer poner nombre, pasando más allá del
concepto y de mi propio criterio, pero hay hechos en los que me cuesta. No
puedo. Hace días me entero a través de los medios que el Cardenal Rouco Varela,
expresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), había llamado
personalmente por teléfono a varios prelados españoles para disuadirlos de
asistir el 24 de mayo a la beatificación del arzobispo salvadoreño, Oscar Arnulfo Romero, por considerar
que se trataba de "una beatificación política" [es curioso que ante
las masivas beatificaciones de religiosos fallecidos durante la guerra civil española
que se ha venido produciendo, la última y más numerosa organizada por la CEE en
Tarragona el 13 de octubre de 2013, en la que 522 religiosos del bando
franquista fueron elevados a los altares, no las considerase de igual manera
política, siendo tan selectivas y de un contenido ideológico tan evidente, ¿por
qué?] Las presiones de Rouco surten efecto y se acata con la debida sumisión la
orden. La única representación oficial del episcopado la ostentaría el
secretario general, José María Gil.
El arzobispo
Romero es un emblema. Un símbolo de la Iglesia altruista que
apuesta por los pobres y da la vida por ellos (como literalmente la dio El 24 de
marzo de 1980, cuando un francotirador de la extrema
derecha salvadoreña lo asesinaba de un disparo en el
corazón).
"Yo
estaba ciego. Estaba con los ricos. Me había olvidado que el evangelio nos pide
estar al lado de los pobres", dijo Romero en una entrevista poco antes de ser
asesinado. Después llegaría la masacre de Ellacuría y sus compañeros jesuitas, ante el
silencio del Vaticano. Él encarnó y sigue encarnando como nadie,
esa otra forma de ser Iglesia, arraigada en el Evangelio, en la justicia, en
los Derechos Humanos.
Decía el pasado 14 de abril, Amadeo Rodríguez Magro, obispo de
Plasencia durante la presentación de la instrucción pastoral sobre los catecismos
del episcopado, titulada: “Custodiar, alimentar y promover la memoria de
Jesucristo”, que en la sociedad occidental se está observando un incremento del "agnosticismo e
indiferencia religiosa". Que "vivir
la fe hoy es difícil y nos cuesta mucho, entre otras cosas, porque “a
veces falla la transmisión de la fe en la familia”. Por su parte, el director
del secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis, Juan Luis Martín
Barrios, se preguntó "qué aporta la fe al hombre de hoy" para
responder que "ayuda a vivir unificados frente a tanta dispersión; a vivir
con hondura frente a tanta superficialidad y frivolidad; y a servir a los demás
frente a tanto individualismo". Ante estas palabras me pregunté si la Conferencia
Episcopal Española considera que ha sido y es consecuente con su cometido de “Custodiar,
alimentar y promover la memoria de Jesucristo”, porque ¿en verdad cree
este prelado que es en la familia donde falla la transmisión de la fe? ¿No se
ha parado a pensar si ese incremento del "agnosticismo e indiferencia
religiosa" no sea el resultado del incumplimiento
cristiano que muestra una gran parte de la Iglesia? Si según
el sacerdote Juan Luis Martín la
fe aporta al hombre de hoy “ayuda para vivir unificados frente a tanta
dispersión; vivir con hondura frente a tanta superficialidad y servir a los
demás frente a tanto individualismo", ¿cómo se concibe que el cardenal Antonio
María Rouco Varela expresidente de la CEE, esté dando un ejemplo tan escandaloso
y patético al instalarse en ese súper ático de
370 m2, valorado en 1.200.000 euros y cuya reforma ha costado más de 400.000
euros a la diócesis madrileña? ¿No es un escándalo para tantas familias golpeadas por
la crisis? ¿No es un gesto demasiado alejado de
la "Iglesia pobre y para los pobres" que predica el papa Francisco?
Es increíble. No se puede entender este proceder, como tampoco la reacción que
han tenido los obispos que lo han visto normal y lo han justificado.
No cabe la menor duda
que especialmente desde que estalló la crisis económica, somos testigos de un
movimiento extraordinario de generosidad y entrega por parte de muchos religiosos
y seglares, dignos de tener en cuenta. Ahora bien, si estas personas están
ofreciendo lo mejor de sus vidas para atender a quienes más sufren las consecuencias
de la crisis, no se puede decir lo mismo de la Jerarquía de la Iglesia Católica
Española. Una jerarquía fuera de honda, que lo único que le inquieta, al
parecer, es el alejamiento de una sociedad que vive cambios culturales
significativos. Esta brecha suelen justificarla, como siempre, echando mano de
la pérdida de la fe, el relativismo moral y la degradación de las costumbres,
cuando la realidad es que, en lo único que la CEE ha puesto énfasis ante el grave sufrimiento que aflige a tantas
personas causado por la pobreza y la exclusión social, ha sido en
justificar las políticas de recortes recomendando paciencia y comprensión. En
ningún momento han hablado de justicia ni han sido capaces de posicionarse
públicamente en contra de ese cruel atentado que es retirar de la sanidad a los
inmigrantes ni han hecho ninguna llamada a la honestidad de los políticos, con
todos los corruptos que están saliendo.
No dudo que la CEE tiene el deber de opinar de lo que
nos atañe, es lógico. Pero que sólo opinen de lo que pasa de cintura para
abajo: es completamente ilógico. Y los primeros traicionados por esta
actitud de una jerarquía sorda a la realidad de un gran sector de la sociedad son,
por supuesto, las organizaciones religiosas que trabajan cada día en las trincheras
contra la exclusión social: inmigrantes, hambrientos, desahuciados, sin techo y
enfermos. ¿Que son parte de la misma Iglesia? Sí. Que habitan universos paralelos,
es evidente.
La imagen de una
jerarquía eclesiástica estancada, avariciosa y prepotente, que se ha jactado
siempre de ser mediadora entre el poder y la población; olvidando los votos de
pobreza; ya no tiene lugar de ser en estos tiempos que corren. Creo que es fundamental
que todos, seglares y religiosos, intentemos promover el diálogo si deseamos una
Iglesia más cercana y un mundo mucho más humanitario y pacífico. Espero, que si
la Conferencia Episcopal Española ha representado las opciones más
reaccionarias de defensa de sus privilegios de poder político y sobre las
conciencias, que ahora los nuevos dirigentes tiendan puentes de diálogos con
las comunidades de base, movimientos apostólicos, de mujeres, de solidaridad,
asociaciones de teólogos y teólogas, etc. Que apoyen la reforma de la Iglesia
del papa Francisco; que caminen a su ritmo, que la apliquen a la realidad de
los desafíos que plantea hoy la sociedad, acogiendo a todos los sectores que
son excluidos: inmigrantes, homosexuales, transexuales, parejas de hecho,
personas divorciadas y vueltas a casar, religiosos y religiosas en círculos
públicos, etc. Como dice Francisco: La Iglesia somos todos.
Y todos tenemos el derecho a ser escuchado.
Maite García Romero