domingo, 14 de junio de 2015

LA IGLESIA SOMOS TODOS

Intento entender los motivos, la particularidad que existe detrás de cada circunstancia, de cada acto, suceso o finalidad, sin enjuiciar, sin querer poner nombre, pasando más allá del concepto y de mi propio criterio, pero hay hechos en los que me cuesta. No puedo. Hace días me entero a través de los medios que el Cardenal Rouco Varela, expresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), había llamado personalmente por teléfono a varios prelados españoles para disuadirlos de asistir el 24 de mayo a la beatificación del arzobispo salvadoreño, Oscar Arnulfo Romero, por considerar que se trataba de "una beatificación política" [es curioso que ante las masivas beatificaciones de religiosos fallecidos durante la guerra civil española que se ha venido produciendo, la última y más numerosa organizada por la CEE en Tarragona el 13 de octubre de 2013, en la que 522 religiosos del bando franquista fueron elevados a los altares, no las considerase de igual manera política, siendo tan selectivas y de un contenido ideológico tan evidente, ¿por qué?] Las presiones de Rouco surten efecto y se acata con la debida sumisión la orden. La única representación oficial del episcopado la ostentaría el secretario general, José María Gil.

El arzobispo Romero es un emblema. Un símbolo de la Iglesia altruista que apuesta por los pobres y da la vida por ellos (como literalmente la dio El 24 de marzo de 1980, cuando un francotirador de la extrema derecha salvadoreña lo asesinaba de un disparo en el corazón). "Yo estaba ciego. Estaba con los ricos. Me había olvidado que el evangelio nos pide estar al lado de los pobres", dijo Romero en una entrevista poco antes de ser asesinado. Después llegaría la masacre de Ellacuría y sus compañeros jesuitas, ante el silencio del Vaticano. Él encarnó y sigue encarnando como nadie, esa otra forma de ser Iglesia, arraigada en el Evangelio, en la justicia, en los Derechos Humanos.

Decía el pasado 14 de abril, Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia durante la presentación de la instrucción pastoral sobre los catecismos del episcopado, titulada: “Custodiar, alimentar y promover la memoria de Jesucristo”, que en la sociedad occidental se está observando un incremento del "agnosticismo e indiferencia religiosa". Que "vivir la fe hoy es difícil y nos cuesta mucho, entre otras cosas, porque “a veces falla la transmisión de la fe en la familia”. Por su parte, el director del secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis, Juan Luis Martín Barrios, se preguntó "qué aporta la fe al hombre de hoy" para responder que "ayuda a vivir unificados frente a tanta dispersión; a vivir con hondura frente a tanta superficialidad y frivolidad; y a servir a los demás frente a tanto individualismo". Ante estas palabras me pregunté si la Conferencia Episcopal Española considera que ha sido y es consecuente con su cometido de “Custodiar, alimentar y promover la memoria de Jesucristo”, porque ¿en verdad cree este prelado que es en la familia donde falla la transmisión de la fe? ¿No se ha parado a pensar si ese incremento del "agnosticismo e indiferencia religiosa" no sea el resultado del incumplimiento cristiano que muestra una gran parte de la Iglesia? Si según el sacerdote Juan Luis Martín la fe aporta al hombre de hoy “ayuda para vivir unificados frente a tanta dispersión; vivir con hondura frente a tanta superficialidad y servir a los demás frente a tanto individualismo", ¿cómo se concibe que el cardenal Antonio María Rouco Varela expresidente de la CEE, esté dando un ejemplo tan escandaloso y patético al instalarse en ese súper ático de 370 m2, valorado en 1.200.000 euros y cuya reforma ha costado más de 400.000 euros a la diócesis madrileña?  ¿No es  un  escándalo para tantas familias golpeadas por la crisis? ¿No es un gesto demasiado alejado de la "Iglesia pobre y para los pobres" que predica el papa Francisco? Es increíble. No se puede entender este proceder, como tampoco la reacción que han tenido los obispos que lo han visto normal y lo han justificado.

No cabe la menor duda que especialmente desde que estalló la crisis económica, somos testigos de un movimiento extraordinario de generosidad y entrega por parte de muchos religiosos y seglares, dignos de tener en cuenta. Ahora bien, si estas personas están ofreciendo lo mejor de sus vidas para atender a quienes más sufren las consecuencias de la crisis, no se puede decir lo mismo de la Jerarquía de la Iglesia Católica Española. Una jerarquía fuera de honda, que lo único que le inquieta, al parecer, es el alejamiento de una sociedad que vive cambios culturales significativos. Esta brecha suelen justificarla, como siempre, echando mano de la pérdida de la fe, el relativismo moral y la degradación de las costumbres, cuando la realidad es que, en lo único que la CEE ha puesto énfasis ante el grave sufrimiento que aflige a tantas personas causado por la pobreza y la exclusión social, ha sido en justificar las políticas de recortes recomendando paciencia y comprensión. En ningún momento han hablado de justicia ni han sido capaces de posicionarse públicamente en contra de ese cruel atentado que es retirar de la sanidad a los inmigrantes ni han hecho ninguna llamada a la honestidad de los políticos, con todos los corruptos que están saliendo.
No dudo que la CEE tiene el deber de opinar de lo que nos atañe, es lógico. Pero que sólo opinen de lo que pasa de cintura para abajo: es completamente ilógico. Y los primeros traicionados por esta actitud de una jerarquía sorda a la realidad de un gran sector de la sociedad son, por supuesto, las organizaciones religiosas que trabajan cada día en las trincheras contra la exclusión social: inmigrantes, hambrientos, desahuciados, sin techo y enfermos. ¿Que son parte de la misma Iglesia? Sí. Que habitan universos paralelos, es evidente.
La imagen de una jerarquía eclesiástica estancada, avariciosa y prepotente, que se ha jactado siempre de ser mediadora entre el poder y la población; olvidando los votos de pobreza; ya no tiene lugar de ser en estos tiempos que corren. Creo que es fundamental que todos, seglares y religiosos, intentemos promover el diálogo si deseamos una Iglesia más cercana y un mundo mucho más humanitario y pacífico. Espero, que si la Conferencia Episcopal Española ha representado las opciones más reaccionarias de defensa de sus privilegios de poder político y sobre las conciencias, que ahora los nuevos dirigentes tiendan puentes de diálogos con las comunidades de base, movimientos apostólicos, de mujeres, de solidaridad, asociaciones de teólogos y teólogas, etc. Que apoyen la reforma de la Iglesia del papa Francisco; que caminen a su ritmo, que la apliquen a la realidad de los desafíos que plantea hoy la sociedad, acogiendo a todos los sectores que son excluidos: inmigrantes, homosexuales, transexuales, parejas de hecho, personas divorciadas y vueltas a casar, religiosos y religiosas en círculos públicos, etc. Como dice Francisco: La Iglesia somos todos.
Y todos tenemos el derecho a ser escuchado.                                                                           
                                                                        Maite García Romero