Pienso que hoy día no se prodiga la alegría de vivir, absolutamente nada. No hay más que ver un telediario: homicidios, guerra, atentados, muerte... Y siempre, políticos generando violencia con la palabra.
¡Por supuesto que es lógico que nos enteremos de lo que ocurre en el mundo! Claro que sí. Pero, digo yo: ¿es que en el mundo sólo ocurre tragedias? ¿O será que la tragedia es lo que vende? Las conversaciones cotidianas son un continuo negativismo y la vida parece una jungla humana en la que se manifiestan los peores instintos del hombre: codicia, abuso de poder, envidia, difamación, xenofobia, ufff... yo qué sé.
La cosa es que la gente en algunas ocasiones dice que necesita paz; y en otras muchas -empezando por los programas televisivos- dice cosas hirientes o hacen comentarios despreciables que crean la ira en algunos casos de forma incontrolable y violenta. Sin embargo, todos deseamos que haya paz en el mundo ¿Pero sabemos que clase de paz deseamos? ¿A quién responsabilizamos de su falta? ¿A los políticos? "Yo no soy culpable de las guerras que se desatan en cualquier lugar del planeta", podemos decir. De acuerdo. Pero sí que soy culpable de la guerra que desato continuamente en mi entorno. Y el entorno de cada uno configura la sociedad, y esa sociedad puede ser un cielo o un infierno dependiendo de la ética y conducta de sus miembros.
Creo, que mientras no estemos en paz con nosotros mismos, con nuestras relaciones y con el mundo, esa paz mundial que todos anhelamos ¿no se convierte en algo ilusorio? ¿Es posible —me pregunto— transformar el mundo sin la autotransformación?
Maite García romero
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